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16/12/09

LA MEDITACIÓN COMO PRÁCTICA ESPIRITUAL

ANTES DE PROCEDER A MEDITAR
Por: Swami Ashokananda
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Yo creo que por medio de la meditación, que es el ininterrumpido flujo de un solo pensamiento en Dios, uno puede alcanzar fácilmente al Altísimo. Porque la mente finalmente sucumbe ante un pensamiento a la que es sujetada sin interrupción por un tiempo prolongado. Si continuamos infundiendo en la mente cierto tipo de conciencia, cualquiera que sea su condición inicial, con el tiempo se dará el cambio deseado.
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Sri Ramakrishna decía que la mente es como una tela lavada que toma el color de la tintura en que se la sumerge. Al principio pensé que quería decir que la mente debía volverse totalmente pura antes de sumergirse en el pensamiento de Dios y tomar su color. No veía esto nada alentador, pues justamente el gran problema de los aspirantes espirituales es alcanzar la pureza de la mente.
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Esa purificación vale tres cuartos de la batalla, pues cuando eso sucede la realización espiritual viene espontáneamente. Sin embargo, a medida que reflexionaba en el ejemplo de Ramakrishna lo fui comprendiendo de otro modo. Al hablar de la tela lavada él se refería a la mente ordinaria, tan atiborrada de pensamientos y sentimientos mundanos, y contradictorios y adversa al pensar en Dios. No la mente purificada sino la mente en cualquier condición en que pueda hallarse. Quería decir que aun esa mente ordinaria tomará el color espiritual si es hundida en el pensamiento de Dios.
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He aquí una verdad psicológica, maravillosamente alentadora y de gran ayuda, pero con frecuencia olvidada por los aspirantes. Una vez un hombre llegó ante Sri Ramakrishna y le dijo: “No puedo controlar mi mente, no sé cómo”. El maestro, asombrado, le dijo: “¿Por qué no haces abhyasa-yoga?” Esta práctica consiste en traer a la mente de nuevo, una y otra vez, el pensamiento de Dios. ¿Importa mucho que la mente ande errante al principio si de nuevo puedes regresarla a Él? Si podemos recordar eso tendremos ganada la mitad de la batalla, pero a menudo lo olvidamos y luego pensamos en otras cosas y olvidamos por completo la búsqueda. En tal caso, veamos ciertos puntos relativos a los medios de autocontrol.
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¿CUÁL ES LA CONDICIÓN ADECUADA DE LA MENTE PARA LA MEDITACIÓN?
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La conocemos como quietud. No es una calma forzada sino una resultante del cese de la mayoría de los deseos. Las cosas que perturban a la mente, ya surjan de adentro o vengan de fuera, están vinculadas con nuestros deseos secretos básicos. Siempre estamos tratando de realizar ciertos fines. Aunque nos esforcemos desesperados, a menudo fracasamos y esto exaspera a la mente. Y aun cuando triunfemos se nos presentan resultados extraños.
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Debido a que los objetos de nuestro deseo nos eluden mientras los estamos disfrutando, nos sentimos desilusionados y engañados; y cuando no somos así frustrados, nos apegamos a los objetos de disfrute, y en tal caso, como el disfrute no se intensifica constantemente, viene la saciedad. Todas estas reacciones mantienen a la mente siempre inquieta, ya sea con el placer o con el desagrado. Así nos damos cuenta de que los pensamientos que impiden a la mente permanecer en presencia de Dios están unidos con los objetos de nuestro deseo, y sólo cuando logramos deshacernos de nuestros deseos dominantes la mente se tranquiliza relativamente.
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Llamamos a este estado de clama relativa el comienzo de pratyahara (retiro de la mente), una condición en la que la mente, aunque a veces inquieta (cuando tiene contacto con los objetos), está otras veces tranquila. Éste es un estado muy favorable. Si ves que tu mente se mantiene naturalmente quieta cuando no está en contacto con cosas perturbadoras, que te gusta estar solo y tienes una sensación de seguridad, entonces reconoces tal condición como la más deseable.
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En esta condición debes esforzarte lo mejor que puedas en practicar la meditación, no debes descuidarla nunca. La mente es una entidad muy cambiante. No pienses que una condición que has deseado continuará existiendo sólo por el hecho de alcanzarla una vez. Algo puede surgir de dentro o de fuera para distraerte, y a veces puede tomarle a la mente cinco días o aun diez aquietarse de nuevo, del mismo modo que al mar le toma unos días recuperar su plena calma después de una tormenta.
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No quiero decir que nunca estaremos absolutamente seguros. Sin duda hay una condición mental en la que no tenemos por qué albergar temor alguno, pero ése es un estado muy elevado. Cuando alguien alcanza ese estado concentrado es que quemó los puentes que dejó atrás: ha llegado a una condición en que las cosas de este mundo ya no pueden atraerle, su mente no volverá jamás al mundo que deja atrás. Está segura.Supongamos que nuestra mente alcanzó ese estado en que se halla a veces inquieta y otras tranquila.
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¿QUÉ HACER ENTONCES PARA TENER ÉXITO AL MEDITAR?
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UN FIRME PROPÓSITO
Al principio, proponernos firmemente ser muy regulares en la práctica. Siempre nos las arreglamos para atender nuestras necesidades corporales urgentes, sin importar lo que esté pasando; debemos ser así de fieles en la práctica de la meditación. Ésta deberá sernos tan necesaria como respirar. Hay gente que al estar muy ocupada dice: “no tengo tiempo ni para respirar”, y aun así respira. Así debe ser con la meditación. Aunque al inicio el deseo de practicarla puede ser superficial, decídete, di: “tengo que meditar”.
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No hay justificación para que alguien diga que no tiene tiempo de meditar. Puede haber una ocasión inusual por la que uno de verdad no tenga tiempo, pero decir “estoy muy ocupada para eso” o “estoy tan cansado en la tarde que me es imposible”, es sólo evasión. Nadie le impide a quien diga eso ahorrar un poco de energía para la tarde, pero la gasta toda en el día haciendo otras cosas, algunas de verdad dañinas, y cuando llega el atardecer tiene una justificación falaz para no meditar.
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Si se le cuestiona dirá: “necesito dormir más, estoy cansado. Cuando me levanto tengo que irme de prisa a la oficina, ¿a qué hora lo hago? Noten esta peculiaridad de la mente humana: hay tiempo y lugar para todo lo demás en nuestra vida, pero no tenemos quince minutos diarios para la meditación. Quien dice que no tiene tiempo ni energía se está engañando. Donde hay voluntad hay un camino. Si se resuelven a ello, siempre hallarán tiempo.
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Aquí voy a hacer una sugerencia, pues sé que el desaliento aparece con suma facilidad. A veces al meditar la mente se porta de forma excelente: se calma y concentra enseguida y eso los anima, pero si en otras ocasiones se porta mal, y permanece intranquila con toda clase de pensamientos, podrían verse tentados a decir: “de nada me sirve meditar, por más que intento no logro nada”. A menos que hayan nacido con una mente de cualidades maravillosas y en un nivel avanzado de desarrollo espiritual, están propensos, como cualquier otro hombre, a estas fluctuaciones de la conciencia.
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No dejen que eso los desanime ni crean que son ineptos para meditar sólo porque su mente no es lo bastante espiritual. Algunos preguntan: “¿Cómo puedo acercarme a Dios con este estado inferior de mi mente?” Si tuvieran frío, no dirían: “Déjenme calentarme primero antes de acercarme al fuego”; seguro dirían “Me acercaré al fuego para calentarme”. Por otro lado si ustedes creen que carecen de espiritualidad, entonces ése es el mejor momento para pensar en Dios.
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NO DESVIARSE
No permitan que su mente los desvíe. Ella puede engañarlos de diversas maneras: tentándolos directamente y además los desviará en el nombre mismo de la religión. Esa renuencia a meditar por no ser suficientemente espirituales es un truco que la mente les juega. Sea la que sea su condición mental, aun si están llenos de pensamientos bajos, traten de pensar en Dios. Claro que tal vez no puedan pensar o meditar en él como lo desean, pero no importa. Sigan intentándolo. Un caballo bronco patea, se encabrita y trata de derribar al jinete, mas si éste logra permanecer firme en la montura, el potro se aquieta, reconociendo a quien puede dominarlo. De igual modo se comporta la mente: tratará de desalojarte, pero al ver que no puede zafarse de ti, se volverá tu esclava. Ése es el secreto de la mente, así que no se preocupen por su estado actual. Propónganse domarla, pues esa determinación, que implica concentración, es en sí una victoria.
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EL HORARIO
Deben tener una hora fija para meditar. Una persona debe meditar no menos de dos veces al día. Si no pueden, mediten por lo menos una, sea en la mañana o en la noche.
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En la India pensamos que hay cuatro momentos favorables para la meditación: temprano en la mañana (por lo menos una hora antes de amanecer, cuando aún está oscuro) es una hora muy buena. La segunda hora auspiciosa es el mediodía. No sé si puede obtenerse alguna ventaja de ello en una ciudad, pero sin duda en los pueblos, sobre todo en un país tropical, todo se silencia a esa hora y la naturaleza parece detenerse, la gente acostumbra descansar a esa hora y hay un periodo de calma bien definido. La tercera hora auspiciosa para la meditación es temprano por la noche. El atardecer es una de las mejores horas. Si les es posible, pueden practicar la meditación poco antes de la cena, pero no se aconseja hacerlo inmediatamente después de cenar, pues la digestión puede interrumpirse y afectar la salud. La cuarta hora es la medianoche. En esta parte del mundo no hay mucha tranquilidad ni siquiera a las doce de la noche, pero creo que uno encuentra cierta quietud. Donde sea un lugar regularmente tranquilo, la medianoche es maravillosamente adecuada para meditar. En efecto, muchos piensan que la medianoche es la mejor de todas las horas para este propósito.
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La meditación matutina tiene cierta ventaja sobre la vespertina porque al despertar la mente está quieta después del descanso de la noche. Todas las impresiones del día anterior se borran; también la naturaleza está serena temprano en la mañana y la ciudad aún no se pone en movimiento. En consecuencia resulta más fácil aquietar la mente. Hay otra ventaja: meditar antes de que el día despunte le da a lamente un impulso y dirección espirituales. Aun cuando ella tienda a perder algo de su fuerza espiritual y su entusiasmo según avanza el día, éstos permanecerán por muchas horas y los sostendrán a ustedes a lo largo de la mayor parte del día.
Algunas personas descubren que su meditación es mejor en la noche que en la mañana. Algunas despiertan gradualmente a medida que el día avanza, por la mañana se sienten aún dormidos, pero al atardecer están más alerta, con la mente clara y aguda portándose maravillosamente. Esas personas encontrarán más exitosa, sin duda, la meditación vespertina o nocturna.
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Si no pueden aprovechar ninguna de esas horas que son especialmente adecuadas para la meditación, entonces escojan la más conveniente para ustedes, y hagan todos los esfuerzos por mantenerla. La observación de horas regulares es muy importante porque la mente funciona de acuerdo con el hábito. Si se le hace pensar y sentir de cierta forma a una hora fija durante muchos días consecutivos, espontáneamente pensará y sentirá de la misma manera cuando esa hora llegue de nuevo. Si meditamos en Dios a una hora específica, siempre que esa hora se acerque nuestra mente se llenará de la conciencia de Dios sin esfuerzo de nuestra parte. Ésta es una ventaja nada despreciable derivada de la práctica regular.
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UN LUGAR ESPECIAL
Así como deben tenerse horas regulares de meditación, también debe tenerse un sitio fijo para hacerlo. Aquí entras la gran ventaja de los templos e iglesias, puesto que esos lugares se usan para pensar en Dios; el mismo aire en ellos se carga de su presencia y de una sensación de pureza. Uno se siente elevado tan sólo al trasponer el umbral de estos sitios consagrados.
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Una atmósfera similar a la de un templo puede crearse en un simple rincón de la alcoba personal. Cualquier lugar donde un pensamiento intenso es sostenido sin interrupción se carga con la calidad del mismo. Probablemente se debe a que la atmósfera y el ambiente físicos están conectados con el cuerpo, el cual vibra acorde con los pensamientos. Si éstos son puros, nuestro cuerpo igualmente alcanza una pureza que puede llamarse vibración espiritual.
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Y naturalmente con ese cambio en el cuerpo la atmósfera exterior cambia también. De esa manera el lugar fijo donde meditas se cargará de energía, estará tan saturado de una cualidad espiritual que tu mente se llenará con el pensamiento de meditación en cuanto llegues al lugar. Se aquietará como por un toque mágico y estarás conciente de una presencia palpable. ¡Qué gran ventaja! Tú puedes en verdad producir este aparente milagro mediante la práctica de mantener separado un lugar para consagrarlo a pensar en Dios.
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Cuando medimos la fuerza de los sutiles enemigos que se agazapan en nuestra mente (las pasiones, los impulsos, las codicias y deseos) estos recursos que les recomiendo parecen ofrecer una protección muy débil. Admito esto. Cuando digo “se agazapan” quiero decir que hasta los mejores entre nosotros no han escapado a su influencia. Se dice que uno no queda totalmente liberado de ellos hasta que efectivamente ha tocado los pies de Dios.
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Así como en el invierno el jardín queda limpio de hierbas y ramas secas pero con la primera lluvia de primavera las diminutas semillas que quedaron en la tierra botan para cubrirla de verdor, así también muchos pensamientos, impresiones y deseos sutiles yacen ocultos en nuestra mente esperando brotar en la primera oportunidad. Por ello tenemos que ser muy cuidadosos. Sabemos que todos estos impulsos erróneos están en nuestra mente y que con facilidad cubrirían toda nuestra conciencia si no los refrenamos. Nuestro problema es mantener una gran parte de nuestra mente (y por grados, una parte cada vez mayor) libre del predominio de los impulsos y deseos erróneos, de manera que la mente así liberada pueda pensar en Dios.
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¿Mientras tanto qué debemos hacer para vencer nuestros deseos e impulsos adversos? A veces sucumben ante un ataque directo, pero un ataque por el flanco generalmente es mejor. Luchar de modo directo contra un estado de la mente para dominarlo puede hacer más daño que bien, pues con ello a veces la mente se embrolla más y más. El procedimiento más sabio y eficaz es no permitirse abrigar el pensamiento sobre la condición mental que ha de erradicarse. Recuerden este hecho psicológico: mientras más piensen en una determinada condición mental, más la fortalecerán.
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Hay un cuento sobre un monje que acostumbraba sentarse bajo un árbol a la orilla del camino para orar y meditar. Una mujer de mala reputación pasaba con frecuencia por ahí, y él le decía: “Debes abandonar tu mala vida y tratar de ser buena. Si no lo haces, te sucederán cosas horribles después de la muerte”. Cada vez que el monje veía a la mujer la amonestaba de ese modo. Con el paso del tiempo ambos murieron y los mensajeros de la muerte vinieron a reclamar sus espíritus. Se dice que un mensajero luminoso trae un carruaje dorado para llevarse a una persona buena al cielo. Mientras que un mensajero oscuro es el que viene cuando muere una persona mala. Sucedió que el mensajero oscuro vino por el monje y el mensajero celestial por la mujer.
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El monje estaba asombrado. “Creo que hay un error”, manifestó. “No (contestó el mensajero), no ha habido ningún error. Todo está correcto”. “¿Pero cómo puede ser?”, preguntó el monje. El mensajero replicó con gravedad: “Aunque parecía que meditabas, tú estabas pensando siempre en la mujer y sus malas acciones. ¿No estaba tu mente ocupándose continuamente del mal? La mujer, en cambio, pedía ayuda a Dios diciendo: (Señor, soy débil, sálvame). ¿No se ocupaba más de Dios su mente que la tuya?” El monje no pudo responder.
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Éste acaso sea un ejemplo extremo, pero contiene una profunda verdad psicológica. Señala un hecho básico respecto a la acción mental, un hecho del cual pueden servirse en bien de su lucha por el dominio de ustedes mismos. Cuando a la mente se le permite ocuparse de alguna cualidad indeseable, ciertamente crea una nueva impresión que es muchas veces más fuerte que la original. Seguir reconociendo esta cualidad sólo la hará más y más fuerte, hasta que probablemente se convierta en un complejo.
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No estoy diciendo que no deban restringir su mente, que la dejen sin control o, como se dice, que le permitan ser “natural”. Tampoco quiero decir que deben ignorar sus debilidades; pero, en verdad, a veces es más seguro no pelear directamente con éstas. La mejor estrategia es adiestrar a la mente para que se mantenga en un nuevo nivel. Primero desvíenla del pensamiento de la debilidad hacia algún tema agradable, luego elévenla por grados a una conciencia superior. Este método de autorrestricción no reprime a la mente, sino más bien la extrae de asociaciones peligrosas, admitiendo pensamientos deseables en vez de los indeseables.
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Si en la actualidad tienen ustedes una falla seria que parezca casi imposible erradicar, deben de haberle dado fuerza y apoyo por pensar en ella hasta caer en su red. Quítenle ese apoyo y la falla se debilitará y al fin morirá por falta de sustento. No digo que esto sea fácil de hacer, pero con la práctica ustedes pueden formar el hábito y es una manera segura de lograr progreso espiritual. Después de negarles sustento a sus pensamientos indeseables durante algún tiempo, probablemente descubran que mientras algunos de ellos han muerto, otros permanecen. No se preocupen demasiado. Déjenlos quedarse, mientras no ganen fuerza. Manténganlos acorralados y finalmente ellos también morirán.
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Las malas compañías son unas de las más poderosas causas de conflictos y perturbaciones mentales. Estaría muy bien mezclarnos con toda clase de gente si pudiéramos permanecer inafectados por su compañía, pero esto raramente sucede. No sé de alguien que pueda hacerlo. Las relaciones y asociaciones apropiadas son, por consiguiente, muy importantes en la vida espiritual. Si ustedes participan de la compañía de personas impuras y están en frecuente contacto con cosas erróneas, no serán capaces de mantener bajo control los pensamientos que están tratando de restringir; éstos crecerán y finalmente dominarán por completo su mente.
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Una cierta cantidad de ascetismo es absolutamente necesaria para el progreso espiritual. Algunos de ustedes, nada ansiosos por meditar, podrán decir: “Dejaremos esto para la vida siguiente”, o “Lo haremos dentro de unos años”. Muchos piensan que la juventud es el tiempo de gozar la vida y que está bien practicar la religión cuando uno haya comenzado a envejecer. En otras palabras, cuando el mundo se haya agriado, entonces irán a la iglesia mostrando una cara larga y creyendo que con eso ya tienen religión. Eso no es ni puede ser religión.
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¿Qué es lo que le llevamos a Dios en ese caso? Un cuerpo y una mente gastados, con cicatrices, por todos lados. ¿Creen ustedes que a él le agradan? No solemos llevar a su altar frutas carcomidas por los gusanos o flores marchitas, sino ofrendas en perfecto estado. De la misma manera, deberíamos entregarle lo mejor de nosotros. La ofrenda de una mente fresca y pura es lo que más lo complace. Quienes piensan que la religión es exclusivamente para los viejos cometen un profundo error. Los jóvenes, especialmente, deben tratar de ser espirituales, pues si la vida religiosa empieza temprano y las prácticas espirituales se emprenden mientras la mente está aún fresca y pura, entonces al mantener una vigilancia estricta sobre la mente, ésta puede conservarse intacta. Bajo ninguna circunstancia debemos permitirle a la mente ser afectada por el mundo. La juventud es la época propicia para ponerse a trabajar en ello.
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Sri Ramakrishna le dijo una vez a un joven estudiante universitario. “Cuando un hombre hace un ladrillo, le pone su marca de fábrica mientras está blando aún; después, cuando el ladrillo es secado al sol y cocido en el horno, la marca se vuelve permanente. De la misma forma, si puedes fijar en tu mente mientras está blanda todavía la marca de Dios, ésta nunca podrá borrarse sino que, afortunadamente, permanecerá para siempre”.
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Practiquen el ascetismo (mientras más, tanto mejor), y esto no significa hacer caras agrias como si hubieran mordido una manzana ácida. La práctica del ascetismo deberá proporcionar un placer similar al de montar un caballo brioso. Obtengan la entereza para controlar las fuerzas de su cuerpo y su mente y no ser dominados por ellas. Este ascetismo es necesario pues sin él la meditación es imposible.
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Todas las cosas que he expuesto hasta ahora son preliminares importantes; deberán practicarse cada día de nuestra vida y no meramente al comienzo de nuestra búsqueda espiritual. Aquel que los practica correctamente puede a voluntad retirar su mente por completo, porque ha alcanzado un control enorme sobre ella. Pero en tanto no se hayan establecido plenamente en estas prácticas, muchos de ustedes habrán descubierto que en la meditación la mente toma algún tiempo para alcanzar un estado de quietud. A este hecho debe prestársele atención cuidadosa.
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Si ustedes andan de un lado para otro haciendo y pensando muchas cosas antes de la meditación, ¿qué éxito pueden esperar? Durante algún tiempo antes de la meditación deben ustedes tratar de estar tranquilos y sentir que no tienen relación alguna con el mundo, que no tienen nada que ver con él. Estoy de acuerdo en que como esposos, esposas, madres, padres, hijos, etcétera, tienen que atender el cumplimiento de muchos deberes y que hay mil cosas que exigen su atención. Sin embargo, al acercarse a Dios, ¿saben lo que deberían hacer? Ir ante él como si el mundo nunca hubiera existido, como si no tuvieran marido, esposa, hijos, padres, amigos, patria, nada en absoluto. Ésta sería la actitud correcta a la hora de la meditación.
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Acérquense a la meditación con una sensación de eternidad. ¿Quién tiene mejor resultado en la meditación? Quien a la hora de practicarla puede sentirse absolutamente desligado. ¿Comprenden ustedes lo que eso significa? Traten de imaginar lo que es la eternidad. Está más allá del tiempo y, consecuentemente, más allá de todo fenómeno; es una condición (si así podemos llamarla) en la que ninguna de estas cosas relativas existen. Cuando intentan pensar en el Señor eterno efectúan, por lo pronto, un esfuerzo por ir más allá de toda relación. Deben decir: “No tengo cuerpo, no tengo mente. Tiempo y espacio han desaparecido, el universo entero se ha desvanecido. Únicamente Dios es”. Sólo entonces la mente tendrá esa percepción sutil que la capacitará para sentir la graciosa presencia de Dios.
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Por eso, antes de entrar en el lugar de meditación dejen afuera todo lo que es relativo.En ciertos monasterios, los monjes que son muy estrictos no permiten a los visitantes hablar de sus cónyuges o hijos ni otras cosas mundanas, por importantes que parezcan ser. No es que desaprueben que una persona cumpla con su deber, sino que saben que la mente para ser espiritual debe participar del carácter de lo eterno. Debe existir con seguridad algún tiempo durante el día cuando ustedes se sientan absolutamente desligados; porque ser así es su naturaleza verdadera. Aunque en apariencia estén relacionados con la gente, ustedes saben que estas relaciones son transitorias. La naturaleza verdadera de ustedes es el desligamiento (o desapego), y es en esta condición de no relación con el mundo como deben iniciar la meditación.
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Cumpliendo esas condiciones lograrán un progreso espiritual verdadero y apreciable. Pero aquí debo decirles que todas las prácticas espirituales, incluida la meditación, dependen de una cosa: un gran anhelo por la verdad. ¿Poseen ustedes ese anhelo? Podrán decir: “Yo no lo siento, ¿de qué me sirve entonces la meditación?” Pero es posible crear ese sentimiento. Pueden estimular el apetito de la mente por Dios. Cuando por cualquier medio se hace que la mente lo anhele, el sentimiento no es menos real que si viene espontáneamente. Si esperan que el tiempo les traiga un anhelo natural, podrá no llegar nunca. Ya que este anhelo es necesario, créenlo. Al comienzo su mente fluctuará, pero no se desanimen por estas actitudes inestables y, sobre todo, no se dejen vencer.
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Un anhelo y una fe grandes son muy importantes en la práctica meditativa, pues sin un deseo intenso por Dios y fe en él la meditación resulta un esfuerzo a medias y con resultados estériles. Cuando no se pone interés en lo que se está haciendo, se vuelve una mera formalidad y el esfuerzo se abandona pronto.
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Lo que se necesita es valor. Tengan siempre en mente esto: aquel que creó el mundo está todavía detrás de él y nunca nos dejará sufrir el hambre. Si en realidad queremos la verdad y estamos dispuestos a desechar lo erróneo y lo falso, nunca perderemos nada por seguir a la verdad. En otras palabras, no es que las cosas vayan a suceder tal como lo deseamos, pero ocurrirán con un mínimo de sufrimiento y un máximo de beneficio.
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Si su trabajo es honrado, podrán concebirlo como un trabajo para Dios. Ya se hallen frente a un escritorio o desempeñen las tareas del hogar, sea cual fuere la naturaleza de su trabajo, ofrézcanselo a Dios, aunque en apariencia lo hagan para otra persona. Si mecanografían veinte cartas y se las llevan a su patrón, que éste las firme, pero ustedes cierren los ojos y ofrézcanle todas ellas al Señor. De este modo darán un nuevo giro a sus pensamientos. Esta manera distinta de actuar al principio les parecerá extraña, pero de todos modos háganla. Poco a poco se revelará un significado más profundo y verán que no es lo que pensaban y se volverá altamente efectiva.
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Siempre que hagamos algo por los demás o por nosotros mismos podemos pensar que lo hacemos para el Señor. Todo puede convertirse así en actividad espiritual. Habrá quienes de modo conciente y voluntario puedan hacer cosas directamente para Dios, ¡qué afortunados! Por esa razón las personas celebran cultos religiosos, ofrecen flores ante un altar, encendiendo velas e inciensos. Quizá a ustedes no les gusten esas prácticas, pero, ¿cómo pasar entonces las horas del día? Dense cuenta de que el tiempo y la energía se malgastan sirviendo al pequeño yo? ¿No es mejor ofrecerle a Dios lo que hacemos? Claro que no estoy insistiendo en que todos hagan rituales; cada quien ha de hacer lo que va de acuerdo con su temperamento espiritual. Pero de algún modo tendrán que descubrir cómo traer sus pensamientos, emociones y acciones hacia el servicio del Señor. Mientras más lo hagan, más cerca estarán de Él. Entonces, cuando se sienten a meditar todo lo demás se olvidará y sólo Dios llenará su corazón.
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Quizá estén habituados a convencerse de la realidad de las verdades espirituales por medio del razonamiento. Pero en tanto ustedes no hayan experimentado estas verdades, permítanme decirles que la más grande bendición para ustedes sería encontrar a alguien que las hubiera realizado. La prueba de las verdades espirituales no yace en la razón, la argumentación o cualquier otra clase de demostración exterior. Su prueba reside en la sincera convicción transmitida por las palabras de un hombre que ha realizado lo que expresa. Aunque otros pueden diferir, creo que ésa es la única prueba objetiva en que se puede confiar.
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Si esa persona iluminada me dijera: “Hijo mío, tú no eres en realidad este cuerpo y esta mente; el espíritu es tu naturaleza real, el inmortal y eterno ser es tu ser verdadero. Las cosas pasajeras no te pertenecen, trata de penetrar en las profundidades, trata de realizar tu ser verdadero”, yo me sentiría obligado a aceptar sus palabras y a actuar de acuerdo con ellas. Al oírlo, algo en su voz penetraría hasta lo más profundo de mi corazón, yo no podría resistirlo.
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¡Cuánto deseo que todos ustedes puedan encontrar a alguien de cuyos labios salieran palabras semejantes! Entonces no podrían ponerlas en duda o desdeñarlas, y la convicción sobre su verdadera naturaleza y sobre su gloriosa meta aumentarían en su interior. Quizá por un tiempo el fracaso podría causarles desazón, pero finalmente dirán: “Muy bien, intentaré de nuevo”, y obtendrán la victoria.
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Todo lo que les he dicho en estas páginas es lo que debe hacerse como preparativos para meditar. Pueden llevar su mente cada vez más cerca de Dios tomando las diversas medidas que he mencionado. Para concluir, recalcaré unos cuantos puntos: desempeñen cualquier trabajo que se les requiera, pero diríjanlo al Señor; así su mente no se perturbará.
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Sean desapegados; identifíquense con la eternidad, entonces la meditación será muy fácil. No permitan a su mente divagar; de otro modo, los pensamientos mundanos entrarán en ella y la nublarán. Esto no debe permitirse nunca. Antes de proceder a meditar, piensen en lo que les he sugerido.
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Cuando en su mente no penetre nada extraño, se volverá calmada. Entonces, en el templo de su corazón empezarán a ver la faz radiante del Señor. Al meditar en ella la encontrarán más y más hermosa, y sumergidos en su infinita belleza olvidarán todo lo demás. Estarán por fin totalmente absortos en Él.
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Tomado de la revista el buscador de mayo 2008:
http://www.yug.com.mx/elbuscador/mayo_08/carta.html
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Bibliografía recomendada:Dhyana. Sobre la meditación. Sathya Sai Baba, Ediciones Sai Ram.El arte de la meditación, Gloria Chadwick, Llewellyn Español.Meditación. Guía práctica de técnicas orientales,Stella Ianantuoni, Agama.Relajación, equilibrio físico y mental, Dr. J. P. Steimmer, Ediciones Ananké.50 técnicas de meditación, Marc de Smedt, Publisamo.

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